Ayer salió por la noche a tocar las puertas de otros desafortunados. Eran sus primos en destino, aquellos que al igual que él, fueron rechazados por la misma mujer. A muchos de ellos los despreciaba por varias razones: por esos defectos y falencias que ella supo ver (y que a su vez, se las había informado a él); y también, porque eran parte de su propio espejo, un espejo al que no quería mirarse.
Así fue que los juntó a todos y caminaron, admirados por los transeuntes, por el medio de la Avenida del Libertador. Mezcla de caballeros y bufones, marchaban con sus trajes apolillados, sus corbatas mal anudadas y zapatos de distinto color en cada pie. Pero, por primera vez en sus vidas, caminaban con una dignidad plena, visible en sus miradas y su andar. Aunque, por desgracia, poco les iba a durar, pues iban hacia la casa de su amada. ¿Y de qué dignidad se puede hablar, cuando se está en presencia del ser amado?
Y así, llegaron al frente de su hogar, y bajo su ventana, entonaron con sonora voz, su serenata. Era un canto lleno de odio, desprecio y sobre todo, amor. Cantaron, una vez más, y tal como habrían de hacerlo todas las noches hasta su muerte (¿o es que ya estaban muertos?), la serenata de los rechazados.
7.12.2006
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2 comentarios:
Hey, gracias por pasar por mi blog! Me gustó el tuyo...está buena la profundidad, la oscuridad que hay en las cosas que escribís...
También pasé por el blog que dijiste y tenés razón...mi último post se parece a postsecret :)
Beijos!
cuanta verdad en tus dichos y con cuanta profundidad en sus bersos.afectuosamente
yo
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