7.06.2006

Esa noche no podía dormir

Salió a caminar para despejar la cabeza. El fresco de la noche fue como una sacudida, fuerte pero afectuosa, a quien se trata de despertar de un mal sueño. Vagó sin rumbo durante un tiempo difícil de determinar. Perdido en los mismos pensamientos que siempre volvían, que nunca dejaban de acosarlo. A él, y a la humanidad. El sentido de la existencia, de la existencia finita; o la soledad, inevitable y algún día, absoluta.
Y de pronto, una mano se apoyó sobre su hombro. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo hasta terminar por apagarse en sus entrañas. Giró su cabeza y vió a un hombre barbudo que le sonreía. Aún un poco asustado, se calmó al ver la benévola expresión de aquel. Tenía el rostro arrugado, probablemente más de lo que a Esteban le hubiera parecido normal para un hombre de su edad. Cubría su cuerpo con unos trapos que podían pasar por ropa e irradiaba un fuerte olor, mezcla (aunque se distinguían claramente separados) de orín y vino. - No tenés una moneda, pibe?. Esteban, después de titubear un segundo, le respondió que sí. Revolvió en su bolisillo y sacó lo primero que pudo agarrar. El indigente le agradeció con una sonrisa y siguió, apurado, su camino.
Mientras bajaba nuevamente su cabeza y enfilaba nuevamente hacia alguna dirección, Esteban, se preguntó por qué no lo había podido invitar a pasar la noche fría en su casa.

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