5.21.2006

¿Qué era un amor más?

¿Quién no sufre el mal de amor? Y sin embargo no podía dejar de sentir ese sufrimiento que parece único e irrepetible y que en realidad, es tan banal y común como la vida misma. Pero sin importar la perspectiva desde donde lo pusiera, y por más pequeño que "en realidad" fuera ese dolor, para él era enorme. Y quería culparse por esa neurosis que le sacaba de foco el mundo para sólo ver con nitidez una sola persona, la única mujer de su vida. Pero no podía, el dolor era más.

Si era capaz de sufrir por amor,

entonces era capaz de amar?

5.20.2006

Y se sentía tan diminuto...

Tan cerca de la nada... No lo podía soportar

Caminaba por la plaza

casi desértica. Avanzaba mirando el piso, viviendo dentro de su cabeza. Sus pensamientos estaban encerrados en la misma imagen. Ella recostada, desnuda, al lado de un anónimo. Un anónimo, del que Esteban no podía hacer otra cosa que odiarlo. Lo odiaba por ser el ganador, en una batalla implícita, que nunca se había declarado y que nadie hubiera querido reconocer. Y ahí estaba ella abrazándolo, a él, a otro. La idea le provocó un estremecimiento en las tripas que tuvo que dejar escapar a través de una patada que le aplicó a una piedra. El acto lo volvió nuevamente al mundo real. Miró a su alrededor y buscó un banco. Lo encontró a unos pocos pasos, bajo unas tipas que dejaban entrever los rayos de sol de la tarde. Se sentó y apreció la gente que lo rodeaba. Había unos niños jugando en las hamacas. Dos ancianas sentadas de frente a él contemplaban en silencio la paz del lugar. Le gustaría saber qué pensaban, en qué condiciones habían llegado al final del trecho. ¿Estarían conformes? ¿Es posible estarlo? Cómo se puede vivir cuando el futuro no ofrece perspectivas... ¿Es el presente acaso el que las mantiene? ¿O el pasado?
Esteban decidió tratar de senerarse tomando un breve descanso. Colocó la mochila en un extremo del banco y apoyó su cabeza allí. Una hora después, aún sin poder conciliar el sueño, emprendió la vuelta.

5.14.2006

Crecer

Esteban estaba recostado sobre su cama, en el departamento del primer piso que ocupa. Ya era de noche y, el grito de una madre regañando a su hijo era lo único que llenaba el silencio de las calles céntricas. Traumas, fobias... - pensó - así empiezan. El temor que le está infundiendo su madre ahora servirá de barrera de control en el futuro. ¿Mal necesario? Puede ser, a fin de cuentas, vivimos en sociedad, y para eso, la moneda de pago es nuestra paz mental. Por supuesto, un ejército de psicólogos está alineado para limar las aperezas que dejaron madres, maestros y los demás cocineros que revolvieron el caldo psíquico. Pero que se pudran: ellos me hicieron, aguántense las consecuencias.