5.20.2006

Caminaba por la plaza

casi desértica. Avanzaba mirando el piso, viviendo dentro de su cabeza. Sus pensamientos estaban encerrados en la misma imagen. Ella recostada, desnuda, al lado de un anónimo. Un anónimo, del que Esteban no podía hacer otra cosa que odiarlo. Lo odiaba por ser el ganador, en una batalla implícita, que nunca se había declarado y que nadie hubiera querido reconocer. Y ahí estaba ella abrazándolo, a él, a otro. La idea le provocó un estremecimiento en las tripas que tuvo que dejar escapar a través de una patada que le aplicó a una piedra. El acto lo volvió nuevamente al mundo real. Miró a su alrededor y buscó un banco. Lo encontró a unos pocos pasos, bajo unas tipas que dejaban entrever los rayos de sol de la tarde. Se sentó y apreció la gente que lo rodeaba. Había unos niños jugando en las hamacas. Dos ancianas sentadas de frente a él contemplaban en silencio la paz del lugar. Le gustaría saber qué pensaban, en qué condiciones habían llegado al final del trecho. ¿Estarían conformes? ¿Es posible estarlo? Cómo se puede vivir cuando el futuro no ofrece perspectivas... ¿Es el presente acaso el que las mantiene? ¿O el pasado?
Esteban decidió tratar de senerarse tomando un breve descanso. Colocó la mochila en un extremo del banco y apoyó su cabeza allí. Una hora después, aún sin poder conciliar el sueño, emprendió la vuelta.

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