3.24.2006

Llegó a las 3

Cruzó el oscuro pasillo del piso en que vivía. Luego de revolver en su bolsillo en busca de las llaves, abrió la puerta y entró pesadamente a su departamento. Arrojó sobre la mesa, cigarrillos, billetera y el manojo de llaves que había usado para entrar y sin prender la luz, se dejó caer sobre el sillón. Cerró los ojos y dejó que sus pensamientos fluyeran, sin forzarlos a que sigan ningún orden. Sin embargo, no pudo. "Si los humanos tratamos de dominar todo los que nos rodea, es porque nunca terminamos de dominarnos a nosotros", pensó al cobrar conciencia del hilo mental que seguía. "En una extraña reflexividad, no sólo pretendemos dominar nuestros impulsos, sino que además, esperamos amansar a nuestro propio cerebro", se decía mientras observaba un techo que poco a poco se empezaba a distinguir de las paredes y el resto de su hogar. Y mientras se perdía en la maraña de la conciencia, volvía repetidas veces a su mente, el recuerdo de Fernanda, un recuerdo que jamás se iba por completo. Extraña obsesión era la que representaba ella en su vida: una obsesión que hubiera querido arrancar de cuajo, de haber podido. Jamás pudo, ni jamás podría. Romper toda relación no estaba a su alcance, sólo la vida podría determinar cuál sería el destino de aquel vínculo, afianzado por las fuerzas del rechazo.